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ÍNDICE
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¡Cuán
imponente es ese pequeño cerebro!
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¿Hay que forzar al niño para que llegue a ser un genio?
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Eduque a su hijo apropiadamente... y hágalo desde la tierna infancia
-
La colaboración y el conocimiento mutuo entre la escuela y la familia
favorece el desarrollo de los niños
-
La
participación de las madres y los padres de familia
“Sabemos encontrar perlas en el interior de las ostras, oro
en las montañas y carbón en las entrañas de la tierra, pero no nos percatamos de
los brotes espirituales, las nebulosas creativas que el niño esconde dentro de
sí cuando viene al mundo.”—Dr. María Montessori
g87 22/5 págs. 3-4 ¡Cuán imponente es ese pequeño cerebro!
DESDE que empieza a formarse, el cerebro es algo imponente. Tres semanas después
de la concepción el cerebro tiene unas ciento veinticinco mil células, y a
partir de entonces aumenta a un ritmo de unas doscientas cincuenta mil células
por minuto. Este aumento vertiginoso continúa hasta el nacimiento, cuando el
cerebro de la criatura alcanza los cien mil millones de células... ¡casi tantas
como estrellas hay en la Vía Láctea!
Pero el cerebro empieza a funcionar en la matriz meses antes del nacimiento.
Registra lo que percibe desde el medio fluido en el que se encuentra: oye,
gusta, es sensible a la luz, reacciona al tacto, aprende y recuerda. Las
emociones de la madre pueden afectarlo. Las palabras tiernas o la música suave
lo tranquilizan. El habla enojada o la música estridente lo inquietan. Los
rítmicos latidos del corazón de la madre lo sosiegan. Pero si el temor acelera
las palpitaciones de la madre, al poco tiempo el corazón del feto late dos veces
más deprisa. Una madre angustiada transmite su ansiedad a la criatura que lleva
en el vientre. Una madre tranquila suele tener un niño tranquilo. La alegría de
la madre puede hacer que el niño que lleva dentro salte de alegría. Estas y
otras muchas sensaciones mantienen ocupado el cerebro de la criatura. Aun dentro
de la matriz, el cerebro es algo imponente.
¿Se van formando más neuronas después del nacimiento? Según las últimas
investigaciones, parece ser que no. Sin embargo, no hay duda de que las neuronas
continúan aumentando mucho de tamaño y formando billones de nuevas conexiones
entre sí. Al nacer, el cerebro del niño solo tiene una cuarta parte del tamaño
del de un adulto, pero tan solo en el primer año triplica su tamaño original.
Años antes de la adolescencia alcanza 1,4 Kg. (3 libras) de peso, igual que el
cerebro de un adulto. Pero eso no significa que tenga todo el conocimiento de un
adulto. El conocimiento no se determina por el peso del cerebro ni por su
cantidad de células. Más bien parece ser que se relaciona con la cantidad de
conexiones, llamadas sinapsis, que se van formando entre las neuronas del
cerebro.
La cantidad es verdaderamente abrumadora e imponente. Con el tiempo se pueden
formar mil billones de conexiones, lo cual equivale a ¡un uno seguido de 15
ceros! Aunque eso solo sucede si el cerebro ha sido estimulado con datos
procedentes de los cinco o más sentidos. El ambiente en el que se mueve la
persona debe incitar tanto la actividad mental como la emocional, pues eso es lo
que hace que la intrincada red de dendritas crezca. Las dendritas son los
pequeños filamentos que se ramifican de las neuronas para conectar con otras
neuronas.
Al formarse estas conexiones también influye el factor tiempo: durante la
juventud se forman mucho más deprisa que durante la vejez. El dicho: “Loro viejo
no aprende a hablar” no es cierto. Lo que sí es cierto es que es más difícil
enseñar a hablar a un loro viejo. Durante la edad avanzada, las conexiones entre
neuronas se forman más despacio y se desvanecen más deprisa. Para que se formen
se necesita lo mismo que en el caso de un niño: un ambiente estimulante y
enriquecedor. La mente tiene que mantenerse activa. No hay que resignarse a una
aburrida rutina mental. No hay que jubilar la mente.
Pero lo más imponente es el crecimiento que experimenta el cerebro de un niño de
tierna edad. Es como una esponja que absorbe todo lo que le rodea. Una criatura
recién nacida aprende un idioma complejo en tan solo dos años, simplemente de
oírlo. Si oye dos idiomas, aprende los dos idiomas. Si son tres los que se
hablan a su alrededor, aprende los tres. Un hombre enseñó a sus hijos desde su
tierna infancia cinco idiomas al mismo tiempo: japonés, italiano, alemán,
francés e inglés. Una mujer crió a su hija donde se hablaban varios idiomas, y
para cuando la niña tenía cinco años ya podía hablar con afluencia ocho idiomas.
A los adultos normalmente les resulta difícil aprender idiomas, pero para los
niños es un proceso natural.
El lenguaje es solo un ejemplo de las habilidades programadas genéticamente en
el cerebro de la criatura. Las habilidades musicales y artísticas, la
coordinación muscular, la necesidad de que las cosas tengan un significado y un
propósito, la facultad de la conciencia y los valores morales, el altruismo y el
amor, la fe y el impulso de adorar... todo esto depende de sistemas
especializados que hay en el cerebro. (Véase Hechos 17:27.) En otras palabras,
hay unas redes de neuronas establecidas genéticamente que han sido especialmente
programadas de antemano para hacer posible el desarrollo de habilidades como las
que se han mencionado y otras.
Sin embargo, hay que comprender que cuando uno nace esas habilidades simplemente
están latentes; tan solo existe la capacidad, la predisposición a
desarrollarlas. Para que florezcan tiene que haber un incentivo exterior. Hay
que poner en contacto al niño con las experiencias, el ambiente y los estudios
necesarios para que todo lo que está latente en él llegue a convertirse en
realidades. Y también existe un horario conveniente para que esos incentivos
exteriores sean realmente eficaces, especialmente en el caso de los niños de
tierna edad.
Pero cuando el ambiente es bueno y el estímulo se aporta al tiempo oportuno,
pueden suceder cosas sorprendentes. El niño no solo puede aprender idiomas, sino
también a tocar instrumentos musicales; es posible fomentar sus habilidades
atléticas, educar su conciencia, lograr que responda al amor y colocar la base
para la adoración verdadera. Se puede lograr todo esto y muchísimo más cuando
los padres siembran buenas semillas en el cerebro del niño y luego las riegan
con amor.
g87 22/5 págs. 5-6 ¿Hay que forzar al niño para que llegue a ser
un genio?
“El mundo podría estar lleno de gigantes intelectuales como Einstein,
Shakespeare, Beethoven y Leonardo da Vinci si a los niños los empezásemos a
instruir desde que nacen.”— Dr. Glenn Doman, director de Las Instituciones para
el Logro del Potencial Humano.
“Ningún niño nace siendo un genio, y ninguno nace siendo un tonto. Todo depende
del estímulo que reciban las células cerebrales durante los años cruciales.
Estos son los tres primeros años de la vida. Si esperamos a que vayan al jardín
de infancia será demasiado tarde.”— Masaru Ibuka, autor del libro Kindergarten
Is Too Late!
EL IMPONENTE potencial del cerebro de un niño hace que los padres se pregunten:
¿Cuándo hay que empezar a darle instrucción específica? ¿Qué se le debe enseñar?
¿Cuánto? ¿Cuán deprisa? En algunos casos los resultados han sido verdaderamente
espectaculares: niñitos de dos a cinco años que ya saben leer, escribir, hablar
en dos o más idiomas, tocar música clásica con violín o piano, montar a caballo,
nadar y hacer ejercicios gimnásticos.
Mayormente, la meta es intelectual más bien que física. Un niñito de dos años
sabe contar hasta 100, suma sin equivocarse, tiene un vocabulario de 2.000
palabras, lee frases de cinco palabras y ha desarrollado una perfecta altura
tonal. Cierto niñito de tres años puede identificar por nombre las diferentes
partes de la célula cuando se las señalan en un diagrama: mitocondria, retículo
endoplasmático, aparato de Golgi, centríolos, vacuolas, cromosomas, etc. Otro
niñito de tres años sabe tocar el violín. Y otro de cuatro años traduce del
japonés y del francés al inglés. Un instructor que enseña matemáticas a niños
pequeños afirma: “Si yo dejase caer al suelo 59 peniques, nuestros niños le
podrían decir en seguida que fueron 59 y no 58”.
Mientras algunas personas hablan con entusiasmo de tal educación intensiva,
otras tienen sus reservas. A continuación se recogen algunas opiniones
representativas de diferentes profesionales en este campo:
“En general, los hechos no apoyan mucho el que se inicie a los niños en
conocimientos académicos a una tierna edad. Está ampliamente atestiguado que
puede hacerse. Sin embargo, la cuestión no es si puede hacerse, sino más bien
cuáles son las consecuencias, tanto a corto como a largo plazo.”
“Es una teoría que convierte a los niños en pequeñas computadoras, no los deja
ni respirar.”
“Los niños aprenden de su propia iniciativa y explorando su entorno por sí
mismos. Podríamos estorbar [al forzar el desarrollo mental] alguna otra fase de
desarrollo [como el emocional, y la sociabilidad].”
“Mi consejo es: cuídense de no equiparar la inteligencia con un desarrollo
adecuado. Con frecuencia se consigue la superioridad intelectual a costa del
progreso en otros campos de igual o incluso mayor importancia.”
“Esta no es una relación sana entre padres e hijos. Es una manera de decir a los
hijos: ‘Te quiero porque eres listo’.”
No hay duda de que algunos padres están forzando a sus hijos, intentando
convertirlos en niños prodigio o genios. En esos casos prevalece el ego y el
orgullo de los padres. Los hijos se presentan como obras maestras y los padres
se benefician y disfrutan de su gloria. Sin embargo, este no parece ser el
motivo de algunos de los líderes en este campo de la instrucción temprana.
Glenn Doman, a quien citamos al principio de este artículo, está en contra de la
idea de producir “superniños”. Su fin es: “Dar a todos los padres el
conocimiento para lograr que sus hijos lleguen a ser sumamente inteligentes,
extremadamente capacitados y encantadores”. El aprendizaje debería ser variado y
agradable para los niños de tierna edad. Debería hacer de ellos seres
equilibrados tanto mental como física y emocionalmente. El doctor Doman no
aprueba los exámenes. “Un examen es lo opuesto al aprendizaje. Está cargado de
estrés. Enseñar a un niño es darle un regalo agradable. Someterlo a un examen es
exigir un pago... por adelantado.”
Masaru Ibuka, citado también al principio, respondió lo siguiente cuando se le
preguntó si la enseñanza a temprana edad produce genios: “El único propósito del
desarrollo a temprana edad es educar al niño para que consiga una mente flexible
y un cuerpo saludable, y llegue a ser inteligente y amable”.
Shinichi Suzuki, famoso por el éxito que ha tenido en enseñar a niños a tocar el
violín, dice: “La expresión ‘educación del talento’ no solo aplica al
conocimiento o a alguna destreza técnica, sino también a la moralidad, la
formación del carácter y el saber apreciar la belleza. Sabemos que estos son
atributos humanos que se adquieren mediante la educación y el ambiente que nos
rodea. De modo que lo que aquí hacemos no es tratar de criar a niños prodigio,
ni tampoco de hacer hincapié tan solo en un ‘desarrollo temprano’. Deberíamos
definirlo como una ‘educación humana total’”.
El señor Suzuki considera que el obligar a un niño a ensayar no es ni eficaz ni
conveniente. Cuando se le pregunta cuánto tiempo deberían ensayar los niños,
nunca establece un horario rígido. “Es mejor ensayar cinco veces al día durante
dos minutos, con preparación y prestando buena atención —dice—, que quedarse con
ellos media hora ensayando cuando no quieren hacerlo.” Su fórmula es: “Dos
minutos a gusto cinco veces al día”.
¿Dónde está pues el equilibrio en cuanto a la enseñanza temprana para su hijito?
El siguiente artículo ofrece orientación al respecto.
[Fotografía en la página 5]
No los fuerce. La fórmula del señor Suzuki es: “Dos minutos a gusto cinco
veces al día”
g87 22/5 págs. 7-11 Eduque a su hijo apropiadamente... y hágalo
desde la tierna infancia
“La infancia es sin duda la etapa más significativa de la vida. Debería
aprovecharse para proveer educación de toda manera posible y concebible. El
desperdiciar esta etapa de la vida es algo que nunca se puede compensar. En
lugar de ignorar esos primeros años, nuestro deber es cultivarlos con el máximo
cuidado.”— Dr. Alexis Carrel.
ES NECESARIO programar tanto la mente como el corazón. Los deslumbrantes logros
de la mente pueden impresionar al hombre, pero Dios se fija en el corazón. El
tener la cabeza llena de conocimiento tiende a hinchar; es el amor que radica en
el corazón lo que edifica. Una mente inteligente necesita un corazón amoroso,
“porque de la abundancia del corazón habla la boca”. De este corazón figurativo
también proceden hechos buenos y malos. (Mateo 12:34, 35; 15:19; 1 Samuel 16:7;
1 Corintios 8:1.) Por lo tanto, aunque es importante estimular la mente de los
niños, es aún más importante infundir amor en su corazón.
Hay un proceso natural que comienza inmediatamente después del nacimiento y
mediante el cual se desarrollan unos lazos recíprocos entre la madre y el hijo.
La madre toma en sus brazos y estrecha con ternura a su hijito, lo acaricia y le
habla arrulladoramente. El niño, a su vez, mira atentamente a su madre. Los
instintos maternales se avivan, el bebé se siente seguro, y empiezan a formarse
unos fuertes vínculos entre ambos. Ciertas autoridades en la materia creen que
“durante los primeros minutos y horas inmediatamente después del nacimiento hay
un período de sensibilidad óptimo para el desarrollo del apego padre-hijo”.
Este puede ser un buen comienzo, pero es simplemente un comienzo. El recién
nacido está indefenso, depende sobre todo de su madre para satisfacer sus
necesidades inmediatas, tanto físicas como emocionales. Sin alimento la criatura
muere de hambre, también puede padecer inanición emocional. El tomar al bebé
tiernamente en brazos, abrazarlo, mecerlo, jugar con él y demás muestras de
cariño, todas son maneras de estimular el desarrollo del cerebro. Este estímulo
ha sido comparado a uno de los nutrientes que el cerebro necesita. Si no lo
recibe, el cerebro se depaupera y no se desarrolla como debiera, y las
consecuencias se notarán toda la vida. Además, si le falta este estímulo
emocional, la criatura puede volverse hostil, delincuente y violenta. El cumplir
debidamente este papel de madre es primordial tanto para el niño como para la
sociedad... más importante aún que cualquier profesión.
El papel del padre
Al padre no se le debe excluir. Si está presente durante el parto, dará comienzo
entonces el vínculo entre el padre y la criatura. El pediatra T. Berry Brazelton,
dice que con el transcurso de las semanas y los meses la relevancia del papel
del padre adquiere cada vez mayores dimensiones.
“Todo niño necesita una madre y un padre —comenta— y el papel del padre puede
ser crucial. Para una criatura de tierna edad, el tener un padre activo y que se
interese no es lo mismo que simplemente recibir más cuidado maternal.” Citando
de un informe que mostró la diferencia entre cómo tratan a los hijos las madres
y los padres, dijo: “Las madres tendían a ser dulces y moderadas con sus
pequeños. Por otro lado, los padres eran más juguetones y les hacían cosquillas
con más frecuencia que las madres”.
Pero un padre hace más que solo divertir a sus hijos. El doctor Brazelton
continúa: “Si el padre es un hombre activo, el niño, al ir creciendo, tendrá más
éxito en la escuela, tendrá mejor sentido del humor y se llevará mejor con otros
niños. Confiará más en sí mismo y estará más motivado a aprender. Para cuando
tenga seis o siete años, el coeficiente intelectual del niño será más elevado”.
Jehová Dios manda que entre el padre y el hijo exista una estrecha relación de
enseñanza: “Y estas palabras que te estoy mandando hoy tienen que resultar estar
sobre tu corazón; y tienes que inculcarlas en tu hijo y hablar de ellas cuando
te sientes en tu casa y cuando andes por el camino y cuando te acuestes y cuando
te levantes”. (Deuteronomio 6:6, 7.) De este modo no se abre ninguna brecha
entre generaciones.
Educación desde la infancia
El desarrollo de un niño desde que nace hasta que tiene unos seis años pasa por
diferentes etapas o fases: coordinación muscular, aprender a hablar, cualidades
emocionales, facultad de la memoria, capacidad de pensar, conciencia, etc. El
tiempo oportuno para educar al niño es cuando el cerebro de la criatura está
creciendo rápidamente y esas etapas van llegando por turno.
Es entonces cuando el cerebro del niño absorbe dichas habilidades o cualidades
de manera semejante a como una esponja absorbe agua. Si se le ama, aprenderá a
amar. Si se le habla y se le lee, aprenderá tanto a hablar como a leer. Si se le
hace esquiar, llegará a ser un buen esquiador. Si se le enseña rectitud,
absorberá principios rectos. Si no se aprovechan estas etapas favorables para el
aprendizaje, será mucho más difícil que adquiera estas cualidades y habilidades
después.
La Biblia reconoce este hecho, por lo que aconseja a los padres: “Entrena al
muchacho conforme al camino para él; aun cuando se haga viejo no se desviará de
él”. (Proverbios 22:6.) El comentario de Keil y Delitzsch vierte estas palabras
como sigue: “Instruye al niño acorde a su camino”. La palabra hebrea que se
traduce “entrena” también significa “inicia” y en este contexto se refiere a los
inicios de la primera instrucción que se da a una criatura de tierna edad. Que
la instrucción que se dé sea conforme al camino del niño, es decir, acorde a su
camino, según las etapas de desarrollo por las que esté pasando. Ese será el
tiempo apropiado para que absorba esa instrucción con facilidad, y lo que
aprenda durante esos años formativos probablemente no se le borrará.
Esta es la opinión que también comparten la mayoría de los que estudian el
desarrollo humano: “En las investigaciones sobre el desarrollo del niño nunca
hemos podido demostrar que exista una fuerte capacidad de alterar rasgos de la
personalidad o actitudes sociales que se hayan adquirido a temprana edad”.
Admiten que puede suceder, pero “lo más frecuente es que no haya remedio”. Sin
embargo, gracias al poder que tiene la verdad de Dios para hacer cambiar, se dan
muchas excepciones. (Efesios 4:22, 24; Colosenses 3:9, 10.)
El lenguaje es un buen ejemplo del valor de dar instrucción al tiempo apropiado.
Los niños están programados genéticamente para hablar, pero para que los
circuitos incorporados en el cerebro funcionen a máximo rendimiento es necesario
que el niño oiga los sonidos del habla durante la etapa apropiada de su
desarrollo. Los centros cerebrales relacionados con el habla experimentan un
tremendo crecimiento entre los seis y los doce meses si los adultos hablan a
menudo al niño. Entre los doce y los dieciocho meses este crecimiento se acelera
según el niño va captando que las palabras tienen un significado.
El niño aprende palabras antes de poder pronunciarlas. Durante el segundo año de
su vida, este vocabulario receptivo, pasivo, puede aumentar desde unas cuantas
palabras hasta varios centenares. El apóstol Pablo le recordó a Timoteo que
‘desde la infancia había conocido los santos escritos’. (2 Timoteo 3:15.) El
significado literal de la palabra “infancia” es “uno que no habla”. Es probable
que a Timoteo le leyeran las Sagradas Escrituras desde su tierna infancia, y por
lo tanto debió conocer muchas palabras de la Biblia antes de poder
pronunciarlas.
Por lo tanto, es evidente que hay etapas específicas en el desarrollo del niño
en las que puede aprender —absorber— con facilidad ciertas cosas. No obstante,
si estas etapas pasan sin haber provisto el estímulo necesario, no se
desarrollarán plenamente dichas habilidades. Por ejemplo, si los niños no
escucharan ningún tipo de habla hasta años después, aprenderían a hablar muy
lentamente y con gran dificultad, y la mayoría nunca llegaría a hablar bien.
Léale a su hijo desde la tierna infancia
¿Cuándo debería empezar? Desde el principio. Léale a su recién nacido. ‘¡Pero,
si no va a entender nada!’ ¿Cuándo empezó usted a hablarle? ‘Bueno, en seguida,
por supuesto.’ ¿Entendía él lo que usted le estaba diciendo? ‘Pues... no...
pero...’ Entonces, ¿por qué no leerle?
Si usted se sienta con el niñito en su regazo, rodeándolo con el brazo y
estrechándolo suavemente contra usted, él se sentirá seguro, se sentirá amado.
Su lectura será para él una experiencia agradable. Es algo que le dejará huella.
Él asociará la lectura con una sensación agradable. Como los niños imitan
naturalmente el ejemplo de los padres, su hijito querrá copiarle. Querrá leer.
Jugará a que está leyendo. Después experimentará el placer de la lectura.
De esto se deriva otro gran beneficio: lo más probable es que no se convierta en
un adicto a la televisión. Ese niño no se sentará como hipnotizado delante de la
pantalla contemplando miles de puñaladas, tiros, asesinatos, violaciones,
fornicaciones y adulterios. Va a poder apagar el televisor, abrir un libro y
leer. ¡Un buen logro en estos días de analfabetismo y adicción a la televisión!
Amar a un hijo es dedicarle tiempo
Por supuesto, leerles a los hijos requiere tiempo. Y también se requiere tiempo
para jugar con ellos; jugar a hacer palmitas y a taparse y destaparse la cara
para provocar su risa; se requiere tiempo para mirarlos cuando comienzan a
explorar sus alrededores, a hacer algo por primera vez; cuando les atrae alguna
novedad, satisfacen su curiosidad o expresan su creatividad. El ser padres
requiere tiempo. Y lo mejor es empezar desde la tierna infancia. Es entonces
cuando suele empezar a abrirse la brecha entre generaciones, no en la
adolescencia. Robert J. Keeshan, locutor de un programa infantil, explica cómo
se puede abrir esa brecha:
“Una niñita espera, con el pulgar en la boca, una muñeca en la mano y cierta
impaciencia, que uno de sus padres llegue a casa. Ansía relatarle alguna pequeña
experiencia que tuvo mientras jugaba. Desea con todo su corazón compartir
aquello tan emocionante que ha vivido ese día. Viene la hora y uno de los padres
llega. Pero cuán a menudo, agotado por las tensiones del trabajo, lo que le dice
es: ‘Ahora no, cariño. Estoy ocupado, vete a ver la televisión’. Las palabras
que con más frecuencia se oyen en muchos de los hogares americanos son: ‘Estoy
ocupado, vete a ver la televisión’. Si ahora no puede ser, entonces ¿cuándo?
‘Más tarde.’ Pero ese más tarde casi nunca llega...
”Pasan los años y la niña crece. Le damos juguetes y vestidos. Le compramos ropa
de algún diseñador famoso y un equipo de música, pero no le damos lo que ella
más desea: nuestro tiempo. Ya tiene catorce años, sus ojos están vidriosos,
tiene algún problema. ‘Cariño, ¿qué te pasa? Dímelo, dímelo.’ Demasiado
tarde..., demasiado tarde. Hemos perdido el tren del amor. [...]
”Cuando decimos a un hijo: ‘Ahora no, más tarde’. Cuando le decimos: ‘Vete a ver
la televisión’. Cuando le decimos: ‘No hagas tantas preguntas’. Cuando no damos
a nuestros hijos la cosa que más necesitan: nuestro tiempo. Cuando no damos amor
a nuestro hijo. No es que no nos importe. Simplemente estamos demasiado ocupados
para amar a un niño.”
Es cierto, amar a su hijo requiere tiempo. No solo tiempo para alimentar y
vestir su cuerpo sino también para llenar su corazón con amor. Pero no un amor
pesado, medido y racionado, sino un amor desbordante, un “amor no razonado”,
como lo llama Burton L. White, autor de The First Three Years of Life. Él dice:
“Es un proceder imprudente el que los padres que trabajan fuera de casa
encarguen a otros la mayor parte de la educación de sus hijos, especialmente si
se trata de guarderías. Me han tirado muchos tomates por haber hecho esa
declaración, pero lo que a mí me preocupa más es el bienestar de los niños”. Él
considera que esto es “lo mejor para los niños”, aunque reconoce que este ideal
no siempre es posible económicamente cuando uno o hasta los dos padres tienen
que trabajar.
La disciplina... un tema muy delicado
También han ridiculizado a la Biblia por su consejo sobre la disciplina. “El que
retiene su vara odia a su hijo, pero el que lo ama es el que de veras lo busca
con disciplina.” (Proverbios 13:24.) Sobre este versículo, la nota al pie de la
página de la New International Version Study Bible dice: “Vara. Probablemente
una figura retórica para referirse a disciplina de cualquier tipo”. La obra
Vine’s Expository Dictionary of Old and New Testament Words define el término
“vara” como “cetro, símbolo de autoridad”.
El sostener la autoridad de los padres puede implicar unos azotes, pero la
mayoría de las veces no es necesario. Según 2 Timoteo 2:24, 25, el cristiano
tiene que ser “amable para con todos, [...] instruyendo con apacibilidad”. En
este versículo, el término “instruyendo” se traduce de la palabra griega para
disciplina. La disciplina tiene que administrarse teniendo en cuenta los
sentimientos de los niños: “Y ustedes, padres, no estén irritando a sus hijos,
sino sigan criándolos en la disciplina y regulación mental de Jehová”. (Efesios
6:4.)
Los psicólogos que abogan por la permisividad dicen que si el padre da unos
azotes al hijo es porque lo odia. Eso no es verdad. El odio está en la
permisividad. Ha provocado una ola de delincuencia y criminalidad juvenil por
toda la Tierra y ha sido fuente de angustia para millones de padres. Es tal como
dice Proverbios 29:15: “El muchacho que se deja a rienda suelta estará causando
vergüenza a su madre”. Bajo el encabezamiento “Padres estrictos contra padres
permisivos”, la doctora Joyce Brothers dice:
“Un estudio reciente de casi dos mil niños entre once y doce años —algunos de
los cuales han sido criados por padres estrictos y otros por padres permisivos—
produjo unos resultados sorprendentes. Los niños que habían sido disciplinados
estrictamente tenían su amor propio y lograban mucho, tanto a nivel social como
académico.” ¿Estaban resentidos contra sus padres por haber sido estrictos? No,
“opinaban que los padres habían establecido las reglas para el propio bien de
los hijos y que estas eran una expresión del amor que les tenían”.
El señor White dice que si los padres son estrictos no tienen por qué temer “que
su hijo les ame menos que si fueran indulgentes. Durante los dos primeros años
de su vida, los niños no se separan fácilmente de quienes les han cuidado desde
el principio; aun cuando les den azotes frecuentemente verán que no se apartan
de ustedes”.
La mejor instrucción de todas
Usted mismo, su ejemplo, es la mejor instrucción de todas. Usted es el modelo
que su hijo imita. Él hace más caso a lo que usted es que a lo que usted dice.
Él oye sus palabras, pero imita sus acciones. Los niños son imitadores natos.
Por consiguiente, ¿qué quiere usted que llegue a ser su hijo? ¿Alguien cariñoso,
amable, generoso, estudioso, inteligente, industrioso, un discípulo de
Jesucristo, un adorador de Jehová? Sea lo que fuere, compórtese usted de esa
manera.
En resumen, eduque a su hijo desde la tierna infancia, cuando su cerebro crece
tan deprisa y absorbe información y sentimientos para la mente y el corazón.
Pero si esos años formativos ya han pasado y su hijo no se ha imbuido de una
personalidad piadosa, ¿entonces qué? No se desespere. Todavía puede cambiar, y
de hecho millones de jóvenes y de personas mayores están cambiando gracias al
poder de Dios. “Desnúdense de la vieja personalidad con sus prácticas —dice la
Palabra de Dios—, y vístanse de la nueva personalidad, que mediante conocimiento
exacto va haciéndose nueva según la imagen de Aquel que la ha creado.”
(Colosenses 3:9, 10.)
[Fotografías en la página 8]
Con el padre: Un tiempo para leer, un tiempo para jugar
[Fotografía en la página 10]
El baño puede ser una ocasión divertida
Los efectos formativos de la educación preescolar sobre el desarrollo de los
niños serán más sólidos en la medida en que, en su vida familiar, tengan
experiencias que refuercen y complementen los distintos propósitos formativos
propuestos en el programa de educación preescolar.
Esta convergencia entre escuela y familia es una antigua y válida aspiración,
pero hasta hoy se ha realizado sólo de manera insuficiente y parcial, con
frecuencia limitándose a aspectos secundarios del proceso educativo. Es una
relación que encuentra en la práctica obstáculos y resistencias, algunos
generados por la propia escuela, otros producidos por las formas de la
organización y la vida de las familias. Es a los padres de los niños de los
Jardines de Niños a quien corresponde tomar la iniciativa para que esa brecha se
reduzca tanto como sea posible. Para lograrlo es necesaria una actividad
sistemática de información, convencimiento y acuerdo dirigido a los docentes y
directivos para que entiendan nuestras creencias y costumbres.
Un primer objetivo es que las familias conozcan los propósitos formativos que
persigue el Jardín y el sentido que tienen las actividades cotidianas que ahí se
realizan para el desarrollo de los niños. Aunque muchas familias visitan el
plantel, asisten a reuniones y participan en actos y ceremonias, son menos las
que tienen claridad sobre su función educativa. Explicarla es especialmente
importante en el caso del nivel preescolar, porque son comunes los prejuicios
y las expectativas infundadas en torno a él, desde considerar que los niños sólo
van a jugar, hasta esperar a que anticipe mecánicamente tareas de la escuela
primaria.
La comprensión de los propósitos del Jardín es la base de la colaboración
familiar, empezando por asegurar la asistencia regular de los niños a la escuela
y extendiéndose a cuestiones de mayor fondo, como la disposición de leer para
los niños y conversar con ellos, de atender sus preguntas, apoyarlos en el
manejo de dificultades de relación interpersonal y de conducta. En síntesis,
creando en los niños la seguridad de que para la familia es importante su
participación en algunas actividades del Jardín y que objetamos en otras.
El establecimiento de un acuerdo con cada familia en beneficio del niño exige al
personal docente y directivo escolar sensibilidad y tacto, y el reconocimiento
de las condiciones socioeconómicas y culturales de la unidad familiar. Debe ser
claro que la escuela no pretende enseñar a los padres cómo educar a sus hijos y
menos aún suplantarlos en su responsabilidad, y sobre esa base, manejar las
discrepancias entre las aspiraciones de la escuela y las creencias y las formas
de crianza que son parte de la cultura familiar.
Una cuestión delicada por sus consecuencias es la colaboración económica y a
través del trabajo personal que la escuela solicita a las familias. Muchas la
prestan con generosidad, pero para otras representa un sacrificio por la
precariedad de sus condiciones económicas y por el cúmulo de necesidades que
deben resolver. El buen juicio y la solidaridad de educadoras y directivas debe
evitar que las familias perciban a la escuela como una fuente de demandas
frecuentes e injustificadas, sin relación evidente con el bienestar y
aprendizaje de los niños.
La participación de las madres y los padres de familia
El logro de los propósitos de la educación preescolar requiere de la
colaboración entre la escuela y las madres y los padres de familia; una
condición de la colaboración es la existencia de propósitos comunes, para lo
cual es importante promover una intensa comunicación de la escuela con
las familias respecto a los propósitos y tipos de actividades que se realizan en
ella. Pero al mismo tiempo es necesario establecer la apertura para escuchar y
atender las opiniones de las madres y los padres respecto al trabajo docente y
la escuela. El proceso de evaluación es una oportunidad para favorecer la
comunicación escuela-padres. Escuchar las opiniones de los padres de familia
sobre los avances que identifican en sus hijos, así como las opiniones que éstos
externan en su casa respecto al trabajo que realizan con su maestra o sus
impresiones a partir de lo que observan que sucede en el Jardín de Niños, es
también fundamental para revisar las formas de funcionamiento de la escuela y el
trabajo educativo en el aula. Su participación en los procesos de evaluación
permitirá establecer acuerdos y principios de relación y colaboración, por
ejemplo, en cuanto a ciertos ámbitos (afectivo y de relaciones interpersonales,
comunicación, formas de expresión, entre otros) en los cuales
los niños, (según el caso), requieren un soporte específico de la familia para
continuar avanzando en la escuela.
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Eduque a su hijo apropiadamente... y hágalo desde la tierna infancia
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favorece el desarrollo de los niños
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La
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